Con su recién estrenado álbum, Danzas de Amor y Veneno, Sila Lua nos sube a la furgoneta con la que atravesó las mayores aventuras de su carrera. Nos guía a través de su sonido, su visión y su verdad, tejida a puntadas sin dedal.
Por Paco Córdoba
Salgo de un concierto de Sila Lua.
En la Sala el Sol, Madrid, acabo de asistir al espectáculo de una vocalista a mordiscos, de presencia abrasadora, bailando a su bola y dando bola a su sonido, que es a la vez de ayer y de hoy. Como una viajera del tiempo que trae los clásicos de bar noventero y los filtra a través de las fibras de la vanguardia. Absolutamente plural, único y en movimiento.
Sila Lua ha presentado Danzas de Amor y Veneno, su nuevo álbum, en el que da voz a la contradicción. “Quería representar el contraste entre luces y sombras, realidad y expectativas. De la canción HACER TEATRO surgió el morirnos de amor y veneno, y me pareció que englobaba muy bien la energía del álbum. Y luego pensé en la otra idea central, que es la danza entendida como búsqueda de equilibrio, el continuo movimiento. De juntar ambas nació Danzas de Amor y Veneno, que además resuena con la inspiración latina. Parece un título antiguo, como de clásico romántico”.
Y es esta dualidad la que abre las puertas del arte, la lucha y la escucha de la intuición frente al ego. Sila se mantiene en un desequilibrio firme, en un juego de mantener la mirada y ganar perdiendo. Amor y Veneno… “En todas las canciones hay un poco de ambas. En PLAN B, por ejemplo, hablo de cómo algo que amas también puede volverte loca, te puede envenenar de alguna manera. Puede referirse también a cualquier relación que uno tenga. Cualquier cosa que te importe te va a doler de alguna forma. También pasa con el trabajo artístico, que trae satisfacción, libertad y aventuras, pero también mucho caos, dudas e inseguridades”.
Hacer teatro o no hacer nada. Hacer teatro o no hacer nada. Este fragmento suena en mi cabeza a la salida del concierto, y lo seguirá haciendo de por vida. En mi retina queda grabado un rostro seguro, con un foco blanco enfrente y la mirada de plata puesta en el horizonte. “Cuando salgo al escenario me gusta entrar en estado de máxima concentración, como de trance. Lo que intento cuando preparo los conciertos es crear momentos para que esto pase, porque si, como artista, consigues entrar en ese estado, yo creo que el público lo siente. Por otro lado, también hay que llevarlo todo muy bien ensayado. A veces estás cantando y estás ya pensando en la letra de la canción siguiente, pero en la Sala el Sol estuve viviendo el momento”.
Y lo he sentido. Hacer teatro o no hacer nada. Su performance refleja una suerte de roadtrip emocional con parada en las distintas canciones. Un compromiso con el detalle y la raíz del nuevo proyecto. “Danzas de Amor y Veneno es un disco que he hecho estando de gira. Saqué mi primer disco ROMPE en noviembre del 2022, y estuvimos girando por toda España a lo largo del 2023. Yo conducía la furgoneta, íbamos con la percusión, con todo. Y luego en 2024 tuve la suerte de poder presentar estas canciones en Países Bajos, Inglaterra, México e Islandia. Me parecía interesante que en el directo de este álbum, que ha nacido de gira, se reflejaran esos dos años en la carretera. Y, como tendremos muchos festivales, esta historia de un viaje, que vamos guiando a través de unos audios que suenan, me parece algo muy sensorial y que puedes entender aunque no te sepas las canciones”.
Detrás, aunque al lado, Greta Ch’aska, mujer orquesta al comando de la producción en directo, robó mi atención con su particular despliegue de virtuosismo musical. “En este show toca 9 instrumentos, y hace los efectos de mi voz en directo y todo. Nos conocimos hace 3 años, porque el productor con el que trabajaba propuso incluirla en la banda. Y luego, tuvimos que hacer un bolo las dos solas en O Courel, una aldea de Lugo, que consistía en ser las teloneras de Califato 3/4, pero ellos tocaban a las 21h y nosotras a las 14h, 7 horas antes. Claro, en esa carpa había exactamente 0 personas. Hicimos el show para nadie, y cuando salí, pensé: si he conseguido no llorar, es que de verdad quiero ser artista. Eso nos unió mucho, es una gran compañera y me ha acompañado en todas mis aventuras”.
Pasan cuatro días. En mi memoria solo quedan imágenes sueltas de Sila sobre el escenario y una paleta general de colores tintados de club nocturno. O eso pensaba, porque, al escuchar ahora Danzas de Amor y Veneno por primera vez, me doy cuenta de que recuerdo casi todas las canciones. Este es el impacto que produce un buen estribillo, un concepto potente y un sonido personal. “Yo trabajo a partir de todas mis influencias para crear mi sonido propio, y este disco es un mix de mis dos últimos años. He estado escuchando música latina como más de raíz: salsa, tonadas, boleros… Este año estuve en Nigeria y escuché mucho afrobeat, que es un género muy en auge, y también está presente la música que llevo escuchando toda la vida: Massive Attack, Tricky, y me gusta mucho Sade. He querido ser más melódica, porque mi estilo vocal era más hablado, y me gusta ese rollo de decir cosas fuertes, pero de manera suave”.
Y, sin embargo, tiene sentido. Todas esas influencias se perciben y encajan. Y bailan en un desequilibrio perfecto. “Cuando yo iba al instituto estaban los raperos, las chonis, los que ahora llaman otakus… Y ahora te ves a gente más joven que le gusta el manga, pero también el hip-hop, y de repente van en chándal, y tienen tatuajes y piercings… Siento que la nueva generación de artistas, que hemos crecido escuchando música en internet, tenemos mogollón de referencias y no tenemos miedo a mezclarlas. Y no es que yo haga a propósito música difícil de clasificar, es que me ha salido así. Mi forma de hacerla es a través de la experimentación, la intuición y el respeto, pero también de la falta de miedo a utilizar cosas incorrectamente”.
Es arriesgado apostar por tu intuición en una industria cada día más volátil y demandante, que te guarda en un cajón cuando no te dejas etiquetar. “Hombre, la presión de alguna manera se siente, pero, por otro lado, hasta los artistas a los que mejor les va tienen sus propios tiempos. Lo importante es que lo que saque mole y me mole a mí. También se trata de aceptar que hay cosas con las que no puedo competir. Yo tardo mucho en terminar las canciones porque trabajo mucho la producción. Me encantaría aprender a improvisar más, pero yo conozco cual es mi manera de hacer. Y tiene que ver con los álbumes, los proyectos y con darle mucho pensamiento. Y si la industria no me acompaña, pues bueno… Ya veré qué plan C me invento”.
Pero Sila Lua no viene sola. La acompaña una nueva generación de artistas emergentes con hambre de mostrar de dónde vienen y cuál es su huella. Me pregunto a quiénes apoyará ella. “Pues mira. Me gusta Luli Bono, me gusta Paula Varela y su canción Algún Día, y también me gusta Nina Emocional. Hay un grupo que se llama Adora, que los conocí en un vuelo a Liverpool, y son lo más. Han creado su propio imaginario y viven cien por cien en él”.
Tras escuchar el álbum me quedo un rato en silencio. Saboreo la traducción que mi sentir ha hecho de su mensaje. El tropiezo y el pie firme tras él, la balanza colocada en un desnivel, la flor que proyecta su sombra fiel. Pienso en la belleza de la contradicción humana, y en lo que queda cuando se espera la perfección, que es hacer teatro o no hacer nada.