Escribo sin un título, porque no sé qué poner.

Trato de llevar un rigor, una cierta objetividad para racionalizar aquellos temas de los que suelo escribir: cine, cómics, series… Arte. Es común para mí, como crítico y articulista, el seguir esta norma para que mis textos se lean de una forma que considere adecuada. Creo que el mundo del arte, en todas sus vertientes, debe vivirse con la emoción que buscan despertar sus obras. Sin embargo, a la hora de desgranarlo, de hacer una aproximación lo más justa posible y de desarrollar un criterio, hay que enfriarse un poco.

Demasiada pasión puede enturbiar el juicio cuando es necesario conservar la calma.

Sigo sin escribir un título. Hoy no es día para racionalizar. Hoy empecé la semana con reticencia, y ahora termino el lunes triste.

Lo entiendo, Stan.

O, al menos, creo que algún día podré entenderlo y que hoy simplemente me asomo nuevamente a la realidad de este mundo, de esta vida, con un poco de empatía. Porque es inevitable: moriremos. Todo se acaba. Nunca sabremos, hasta ese momento, si habrá algo después, si todo quedará en la nada o si recordaremos aquello que hicimos antes, en caso de que haya algo después.

Solo podemos llenar nuestras vidas de todo lo que podamos.

Pienso en tus últimos días, tras haber perdido a la mujer con la que pasaste tu vida, siendo aclamado por tu trabajo junto con Jack Kirby, Steve Ditko y otros grandes genios. No puedo evitar verte algo solo, pese a toda la admiración hacia tu figura. Eras un titán, un vestigio viviente de una era pasada, un testimonio andante de que el poder de las historias solo se transforma, pero que conservaba siempre el mismo núcleo, el mismo corazón. La emoción encarnada, en forma de gigantesca y amable sonrisa.

Eras un faro, y brillaste hasta el final. Escribo esto de corrido y con el corazón en el puño, porque en realidad no tengo más que palabras de agradecimiento.

No soy capaz de expresar todo lo que significó para mí que mi padre me pusiera en las manos un cómic de Los 4 Fantásticos enfrentando a Galactus, a tan tierna edad que no era consciente del universo que se abría ante mí.

No puedo poner en pocas palabras lo mucho que entendía el dilema de Bruce Banner y Hulk, especialmente de niño. Cuando menos me comprendía a mí mismo.

Es imposible que resuma en un párrafo lo que me marcaron los X-Men, con tan asombrosos poderes y, a la vez, con problemas tan humanos y cercanos. Situaciones que me emocionaban mientras me enseñaban a empatizar.

Y, por último, no existe ningún otro personaje de ficción que me haya formado tanto como persona como Peter Parker. No hay otro que me transmitiese una lección de humildad, honestidad y bondad de forma tan efectiva y poderosa, tanto que aún a día de hoy sigo llevando el Poder en una mano y la Responsabilidad en otro. Cuando me siento desfallecer, siempre recuerdo a Spider-Man luchando incansablemente por el bien en el mundo, y me veo inspirado a seguir adelante pese a cualquier adversidad.

Podría seguir.

Podría continuar eternamente, porque así es el legado que dejas tras de ti: eterno. Tus personajes y los de tus compañeros ahora se unen en la gran pantalla, en batallas épicas e historias que, pese a su bombo y platillo, no dejan de ser una sublimación del carácter humano en todo su esplendor. A día de hoy, Marvel conquista corazones por doquier porque, al final, resultaste de los más humanos y cercanos entre nosotros.

Esa humanidad, ese brillo, alumbró a generaciones de artistas, inspiró a millones de personas y reverbera a lo largo y ancho de este universo, mientras otras voces como la mía te dedican palabras, ahora que no estás. Ahora que toca recordarte, y asumir que nada dura para siempre salvo, quizás, aquellas historias que creemos y perpetuemos.

Algo para lo que siempre fuiste un experto. 

…. Y ya encontré un título para esta última carta.