Hay ocasiones en las que un alegato a favor del derribo de prejuicios y segregación no requiere de excesiva complejidad. En ciertas obras, lo simple y accesible convierte una historia convencional en una experiencia particularmente interesante. Y esto es lo que sucede, precisamente, con Green Book. No es una película racial que vaya a revolucionar el panorama audiovisual pero gracias a un estupendo ritmo narrativo y a sus dos estrellas protagonistas se transforma en la obra feel-good de lo que llevamos de año.
La historia de Tony Lip (un colosal Viggo Mortensen) y Don Shirley (interpretado por el siempre majestuoso Mahershala Ali) es una que nos puede sonar con mucha facilidad. De hecho, si ajustamos el ojo crítico con el que observamos esta película y retiramos al dúo protagonista y parte del guion… Se quedaría en una buddy movie de carretera más, con coletilla navideña y cierto regusto Disney. En lugar de esto, Green Book cimenta su desarrollo con estupendos diálogos y un acertado tira y afloja entre Mortensen y Ali, pero el regustillo de felicidad sin complicaciones se mantiene… Y es una agradable sorpresa.
No es la clásica historia sobre choque cultural y racismo que recae constantemente en giros de excesiva gravedad para subsistir. En su lugar, Peter Farrelly opta por emplear la comedia que tanto le caracteriza para enhebrar un vínculo tan realista como encantador entre los personajes principales de esta historia real. Y funciona. El mecanismo de la película está preparado para gustar y se mete en territorios que son de sobra conocidos y esperados, pero lo hace con gran cariño y encanto. En un momento histórico en el que el cambio social se toma tan en serio, una obra así resulta más que bienvenida.