¿He contado ya que fui a ver Aquaman y que me encantó?
No digo que me guste como fan de cómics de DC (que también) o como espectador fascinado por el fenómeno de la fiebre superheroica que llevamos viviendo desde hace años (que también), sino porque creo, firme y objetivamente, que resulta un blockbuster muy divertido, fresco con su contenido y sincero con su premisa. Muchos espectadores están de acuerdo, al parecer (o no le dan tantas vueltas y simplemente entran en la sala), pues es una película que está a punto de alcanzar un total de taquilla cercano a los 1.000 millones de dólares en todo el mundo.
Pan y circo, dirán por ahí. Cine de atracciones. Espectáculo con historia facilita. Nada nuevo bajo el sol. ¿Y saben qué?
Que lo es. Pero eso no es malo si se hace bien.
Al contrario que con previas entradas del universo DC en cine (salvando por los pelos a Wonder Woman), no es un intento desesperado de construir un universo cinematográfico para emular a su competencia en cuanto a hitos comerciales. Tampoco es la vigésima entrada de un cosmos de películas como las del Universo Cinematográfico de Marvel (lo que ahorra seguir la pista desde hace años). Y, gracias al cielo, no es un simple producto recreacional repetitivo y cansino como Los Minions (le guste a quien le guste y le pese a quien le pese).
En lugar de lo anterior, Aquaman es una película que logra mantenerse por sí misma, entretener activamente durante sus buenas dos horas, crear su propia mitología e imaginario, arrojar un buen puñado de escenas que están dirigidas con tanta exquisitez que dan ganas de enmarcarlas. Y, lo más importante, ha conseguido cambiar de una vez por todas la imagen del Rey de Atlantis en la cultura pop mainstream. Maldita sea, ¿quién nos podría haber dicho hace cinco años que Arthur Curry iba a molar más que el mismísimo Bruce Wayne? Si hasta han conseguido que me olvide de ese (desgarrador) despropósito que fue Liga de la Justicia.
Ojo, con esto no digo que nos olvidemos de pasajes visuales con un CGI que da un cante doloroso, ni que obviemos una historia casi completamente previsible, unos clichés de género que abofetean nuestras retinas y oídos y unas líneas de diálogo tan cheesy que podrían hacer ruborizar al Peter Parker de Sam Raimi. Lo que sucede en este caso es que la propia película acepta todo lo anterior, lo abraza con más ganas y se sumerge (literal y figuradamente) en el universo de este personaje con la inocencia y candidez que le hacía falta a DC. De forma imperfecta y con mil defectos, sí (te miro a ti, Pitbull), pero brutalmente honesta ante todo.
Sí, los efectos digitales se notan mucho, pero se compensan con delicias visuales como la ciudad de Atlantis (y esa espectacular secuencia en el Anillo de Fuego), la plétora de luces y colores del fondo submarino y la escena de la Fosa, en la que James Wan muestra su veteranía como director de terror y agrega una épica tan buena que lo normal sería pedirle que adapte al cine todo el universo de H.P. Lovecraft.
Sí, la historia podría preverse desde el primer minuto sin problema. Lo que muchos espectadores avezados (y otros que no lo son tanto, pero que igualmente se las dan) no parecen comprender o recordar es que estamos, por fin, ante un canto al viaje del héroe en estado puro. El príncipe descarriado que trasciende en rey aspirante. El rey aspirante que trasciende en héroe desinteresado. El héroe que trasciende en leyenda. Es otra revisión de un clásico entre clásicos que el público y el subgénero de cómics estaba pidiendo y que Aquaman ha sabido cumplir.
En este sentido, algunas personas señalarán a Black Panther para decir que Marvel aportó un relato de realeza en un entorno exótico antes, pero no es lo mismo. La primera y evidente diferencia es que una tiene lugar en tierra firme con una acción más cotidiana, mientras que la otra se recrea en su naturaleza submarina para crear una atmósfera nueva y reglas espaciales distintas y atractivas. Black Panther tiene a las Dora Milaje, el genial Killmonger y su brutal banda sonora, pero Aquaman tiene seis razas de atlantes con una amplísima galería de criaturas del mar, una acción mucho más pulida y un perfecto Arthur Curry. La historia de T’Challa se asemeja más a una revisión de Hamlet, y la de Arthur Curry es una mirada distinta hacia el mito artúrico. Y podríamos seguir.
Pero volviendo a Aquaman, hay que decir que sí hay diálogos que pecan de fáciles, a veces metidos a calzador y algo cursis en muchas ocasiones. Pero, por favor, hagamos un ejercicio de imaginación y humildad y pensemos un poquito: de verdad, ¿qué es lo que le íbamos a pedir a una película sobre un tío que va en mallas amarillas, tridente en mano y montado en un caballito de mar gigante? Porque la imagen anterior, ridícula a más no poder, ha conseguido ser epiquísima en la pantalla grande. Podríamos pedir algo más trabajado que una caída tonta de enamorados en Sicilia pero, ¿realmente importa?
Por no decir que Mera podría picarse sin problemas con Wonder Woman en cuanto a su potencia como icono feminista (con una Amber Heard que nada tiene que envidiar ni a Gal Gadot ni a su compañero protagonista) y que el mismo Arthur Curry que cobra vida a través de esa enormidad testosterónica que es Jason Momoa evita caer en el cliché de macho alfa irrespetuoso. En su lugar, resulta un personaje masculino que se pone a la altura de su compañera sin tratarla como a una damisela en apuros (de hecho es ella quien le salva más de una vez) y que mantiene una honradez y humildad enternecedoras.
Y claro, ambos personajes unidos completan una larguísima lista de couple goals.
Tras todo esto, decidí comprobar qué opinan algunas puntas de lanza de la crítica cinematográfica al respecto de esta película, y me doy con algo un poco lamentable.
Me parece muy poco justo el abrir una crítica especializada y leer que esta película se ahoga en su estética kitsch, cuando es precisamente esa la magia que tiene.
Me parece algo más normal, aunque sea un precio a pagar, señalar lo mucho que se nota el CGI a veces, pero tampoco creo que deba ser el epicentro de una aproximación a Aquaman dado que pasa una enorme cantidad de tiempo bajo el mar. Eso, y que hay escenas como la persecución de Sicilia que demuestra verdadera maestría tras la cámara.
Clamar que la trama es un caos desproporcionado es, desde mi punto de vista, no haber prestado atención.
Quejarse, además, que la película pasa demasiado tiempo bajo el agua resulta el súmmum de la ridiculez.
Y no hablemos de aquellos que opinan que esta última entrada del universo DC es un trasunto de la transexualidad (como si eso fuera algo negativo, si tan siquiera fuera el remoto caso) y que piensan que es chungo porque ahí sí que se denota el dominio del lobby de lo políticamente correcto en el cine.
Que no os enteráis, colegas.
Como sigáis así de desconectados de la realidad del panorama del blockbuster, al próximo giro de la cultura pop o signo de novedad en el cine de entretenimiento lo vais a crucificar porque no lo vais a entender. Esto también pasó con la previamente mencionada Black Panther, a la que algunos calificaron de payasada, estupidez y mediocridad, y que ha resultado ser taquillazo e hito académico al mismo tiempo (aunque esto último sí que haya estado supeditado a criterios más socioculturales y políticos que artísticos, una discusión para tener en otro momento).
Salid de vuestra pecera mental particular y recordad que, a veces, una película de superhéroes no necesita pretender que forma parte de una saga, ni requiere ser oscura ni realista para gustar. Que un objetivo bien cumplido para este tipo de cine, al final, es lograr hacer sentir al público que está experimentando algo distinto (aunque no sea genuino al 100%) mientras disfruta y se lo pasa bien.
Yo, por mi parte, me lo he pasado pipa.