Una invitación a una danza lenta es inusual.

Imaginemos un local en el que lo normal fuese escuchar un frenesí musical, con temas que funcionan a ritmo veloz, alterándose de forma cíclica. De repente, se acerca una persona y la música baja su agitación para permitirnos respirar. Esa misteriosa persona nos pregunta con calma si concedemos un baile pausado, silencioso e íntimo. Aceptamos.

Nos dejamos llevar, a ver qué pasa.

Lo que sucede a continuación es una mezcla de contemplación con agridulce nostalgia, un redescubrimiento de por qué nos encanta bailar. Algo tan fresco y distinto que se siente como una primera vez. Cierto es que nos suena este baile, pero nuestra pareja le agrega su estilo. Su firma. Cuando finaliza, hemos recordado y hemos cambiado.

Todo ello es Roma.

En esta metáfora, la sala de baile es una escena fílmica de actualidad en la que pocos «temas» son capaces de renovar y sacudir hasta lo más profundo. Roma es la canción que ha cambiado el compás para remitirnos a la emoción que subyace en el silencio, en la pausa y en los espacios. Su ritmo es lento, pero gran parte de su magia recae precisamente en ello: en dejarnos respirar cada fotograma, en recrearnos con cada movimiento de cámara, con toda palabra no dicha y cada sentimiento expresado en una sola mirada. Yalitza Aparicio se ha convertido en una verdadera musa de este arte.

El público ansioso paseará su mirada ante la exquisita textura cinematográfica de Roma y, en un intento fútil de imprimir más ritmo a la película, se perderá su mensaje. La audiencia paciente dejará que Alfonso Cuarón les lleve en un viaje que recrea su más tierna infancia en el barrio en el que creció, el paseo más íntimo y personal de toda su carrera. En esta experiencia queda patente su maestría del séptimo arte, así como una prueba más del poder de la evocación cinematográfica. Pocas películas son capaces de capturar tan fielmente los años setenta de un país latino, y muchas menos son capaces de agregarle tantas escenas para el recuerdo.

La fuerza de Roma reside en que pone su identidad y pureza por delante de todo lo demás, y no hay prueba más contundente que la integración tan perfectamente orgánica del mixteco en sus diálogos (entre otros ejemplos). Su objetivo nunca fue conquistar al público masivo en Netflix, llevarse por asalto todas las nominaciones posibles o sentar cátedra artística e intelectual. Lo único que parecía desear este triunfo del cine mexicano era retratar con amor y dignidad un pasaje. Un instante. Un momento vital, en su estado más auténtico y original.

Podría dedicar páginas a todo lo que contiene Roma, desde los paralelismos astronómicos de clases sociales hasta varias apreciaciones de su estética, prácticamente neorrealista. Pero prefiero que, quienes lean estas palabras, se sienten y apaguen dispositivos y luces que puedan distraer. Tómense el tiempo de disfrutar esta película al ritmo que propone y, con suerte, comprenderán por qué Roma es tan única.

• El giro perfecto de los esquemas industriales •

Roma es una película especial en más de un sentido. La aproximación a su fenómeno debería ser doble, no solamente como la evidente joya del cine del año 2018 que es, sino también como un triunfo del modelo de Netflix. Es un paso definitivo en el reconocimiento de las producciones de plataformas streaming a nivel industrial, entre un público amplio y, finalmente, en el estrato académico y artístico. Ya no hay puerta que se les pueda cerrar en ese sentido.

Con su reciente decena de nominaciones a los Oscar, Roma ha hecho historia en más de una dimensión, si es que no la había hecho previamente con su exitoso recorrido. Estamos hablando de la más que posible confirmación de Netflix como la nueva major de Hollywood, y de un punto y aparte en la industria del cine. Este momento tiene todas las papeletas para aparecer en un nuevo capítulo de futuros libros de historia del séptimo arte. Qué suerte vivirlo, ¿no?

• Y eso que esto se anticipaba desde hace años •

Corrían los inicios del año 2016: Birdman resonaba mediáticamente como una de las favoritas para ganar el premio de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos a la mejor película del año. Boyhood le pisaba los talones en la misma carrera, mientras películas como Mad Max: Furia en la carretera (con Charlize Theron siendo la no reconocida mejor intérprete del año) se quedaban fuera de la selección. El hashtag #OscarsSoWhite era el reflejo digital de un descontento generalizado de la sociedad estadounidense, y fue la bandera de la ceremonia de los Oscar de ese año.

No tenía por qué haber sido así, porque resulta que la mejor película del año fue rechazada de facto. Dicha película habría sido la solución justa y apropiada para la falta de representatividad e inclusión entre las nominaciones, por su excelente realización y por su indudable calidad. Estoy hablando de Beasts of No Nation de Cary Joji Fukunaga, una película original de Netflix. Y resulta que fue por esto último que no fue nominada a absolutamente nada.

Quien diga que fue rechazada por disparidad de criterios o alguna otra excusa, no dice la verdad: no fue nominada porque no se estrenó en salas de cine y, si no se estrenaba en salas, no podía ser cine… ¿Verdad? La pugna de las plataformas streaming (con Netflix como punta de lanza) para que sus producciones originales sean reconocidas al nivel de estrenos en salas ha durado mucho. En concreto, la película protagonizada por Idris Elba tenía un reparto mayoritariamente negro (un criterio que le ha venido de lujo a Black Panther) en un drama con niños soldado y señores de la guerra. Era perfecta para encajar entre las nominadas a mejor película… Pero fue olvidada.

Por aquel entonces, Netflix era apenas conocida en España. Ahora está abriendo su primera central de producción europea, ubicada en Madrid. Al mismo tiempo, han surgido noticias acerca de planes para comprar sus propias salas de cine, y así exhibir sus producciones originales ante un panorama de rechazo de una industria del cine monolítica. Por si esto fuera poco, Netflix también ha anunciado que estrenará 90 películas originales durante este año, cada una con un presupuesto de hasta 200 millones de dólares (dignas de un blockbuster hollywoodiense en condiciones). La legitimación artística de la plataforma ya va desde sólidos talentos del último lustro, como el propio Cary Fukunaga, hasta leyendas del séptimo arte como Martin Scorcese.

Para rematar este ascenso, hace dos días se anotaron uno de los hitos más importantes. El digno reconocimiento de Roma en los Oscar es el justo resarcimiento por el rechazo tan doloroso que sufrió Beasts of No Nation en su día. Mejor tarde que nunca. Sin embargo, a día de hoy continúan las discusiones alrededor del streaming y del avance imparable de Netflix y su posible «daño al cine». Pero ya pierden fuerza. No tienen cabida, y no hay quien lo diga mejor que el mismísimo Alfonso Cuarón, director de Roma:

«Mi pregunta es: ¿cuántos cines crees que proyectarían una película mexicana en blanco y negro? ¿Rodada en español y mixteco? ¿Que además es un drama sin ninguna gran estrella? ¿Cómo de grande crees que sería su estreno en el circuito convencional de distribución? Yo he tenido un estreno mejor que eso»

Los tiempos han cambiado y el público ha progresado con los mismos. Los mecanismos tradicionales de la industria audiovisual se han resistido al cambio, en un empeño de conservar una estructura que ahora peligra. Esto no implica la muerte del cine: es su necesaria evolución, su avance hacia una mayor democratización y la garantía de acceso superior a muchas obras que no veían apenas la luz. Es el seguro para que muchos artistas y profesionales pierdan el miedo a no ser aceptados por este mundillo.

Es el cambio que la industria audiovisual necesitaba, uno que lleva instaurándose desde hace tiempo. Un cambio que, finalmente, ha logrado calar en todas las dimensiones necesarias. Es la piedra angular de una nueva época histórica.

No se la pierdan.