'El dilema de las redes': hay un peligro creciente con el aislamiento ideológico y la recompensa de la polémica.

Ayer recordé una idea central en ‘El dilema de las redes’ uno de los últimos documentales estrella de Netflix. Me pasó mientras leía la entrevista que le hizo Público a Clara Jiménez Cruz, la fundadora de Maldita.es (una de las mejores webs verificadoras de información que existen) que aportó un dato que no se va de mi cabeza.

La entrevista giraba alrededor de la nueva orden ministerial en España, que establece una comisión contra la desinformación. Clara Jiménez explicó que el instituto Reuters hace todos los años un estudio llamado Digital News Report. Este año, se ha situado a España en dicho documento como el país número dos del mundo en el que los ciudadanos valoran más que la prensa ratifique su ideología. Delante de nuestro país está Brasil encabezando la lista, y justo por detrás se encuentra Estados Unidos.

¿Qué implica esto? En palabras de Jiménez, significa que somos una sociedad muy polarizada.

Una sociedad polarizada es aquella en la que hay una reducida tolerancia a la discrepancia con las ideas que albergamos individualmente, o que compartimos con nuestro círculo cercano. España es un país cuya Constitución reconoce diversas nacionalidades en las regiones que la integran, algo que algunas personas prefieren describir como «una nación de naciones». También es un conjunto de comunidades que goza de una riqueza multicultural histórica, extensa y con mucha resiliencia, pero resulta que su ciudadanía cada vez soporta menos aquello que friccione con su pensamiento. Y esto es independiente de la orientación sociopolítica que se tenga.

En una sociedad polarizada (sea España, Brasil, Estados Unidos o cualquier otra en la lista), las personas fijan su realidad y sus verdades de una manera intransigente. Haciendo esto, dejan de permitir un intercambio medido y apropiado con otras personas que tengan otra ideología. Y ahí es donde entra ‘El dilema de las redes’: hay un peligro creciente con el aislamiento ideológico y la recompensa de la polémica. La proliferación de las redes sociales es la vía ideal para crear «espacios seguros» para todo el mundo, en los que es muy sencillo evitar los discursos que se enfrenten al nuestro, sea grave o levemente.

 

Si no quieres ver algo en una red social, ni lo buscas ni le das a me gusta. Si te deja de gustar un perfil, paras de seguirlo. Si te molesta mucho, lo bloqueas por completo. Cancelado. Ya no existe en tu vida. Y si quieres ir más allá, puedes reportarlo a la red social e intentar silenciarlo para siempre. Está permitido, y es un mecanismo que tiene sentido cuando se cruzan ciertas líneas. El problema surge cuando la percepción del entorno se ve alterada porque no somos capaces de separar ámbitos de discusión.

La dinámica de Internet y de las redes sociales no se asemeja (ni puede parecerse nunca) al funcionamiento de la vida en sociedad.

No es posible «cancelar» o «bloquear» a una persona en la vida real, borrándola de la existencia. ‘Black Mirror’ planteó algo así en su episodio ‘Blanca Navidad’, y es una quimera. Al no poder evitar que aparezcan personas con ideas que puedan chocar con nuestro pensamiento, instalamos nuevos comportamientos. Si no podemos replicar al detalle las técnicas de las redes, trasladamos su dinámica a la vida real con aquello que tenemos a mano: nos volvemos más tajantes, más cortantes y menos tolerantes.

En este esfuerzo de replicar el «espacio seguro» de Internet en la realidad, se pasa por encima de la educación, el respeto y la objetividad. Todo eso deja de importar cuando la prioridad está en crear un ambiente libre de disentimiento, en el que no queda otra que cancelar al oponente. Pero resulta que la gente que se ve cancelada no es borrada. No desaparece, sino que se reagrupa y forma sus propios clústeres donde no hay discrepancias y se polariza otro punto de vista. Y esto, finalmente, puede desembocar en movimientos organizados con la capacidad de sabotear todo aquello que no encaje con una u otra postura.

Ojo por ojo, llevado a todos lo niveles

 

Así es como se acaba con el debate sano. La polarización erosiona la objetividad informativa, la distancia y la medida. La cancelación sistemática elimina también el respeto mutuo y la altura democrática, asesinando el diálogo y glorificando el conflicto. Porque no olvidemos que otra cosa que hacen las redes sociales es premiar el contenido polémico, todo con tal de multiplicar los clicks y los impactos. Viralidad a cualquier precio, aunque este sea la estabilidad individual y social.

Pero las redes podrían ser una herramienta para justamente lo contrario. El acceso extendido a fuentes de información, culturas distintas e ideas alternativas podría constituir un camino de entendimiento. Si hay tanta gente que se implica en debatir, pelear y chocar, es porque realmente les importa aquello que defienden. A todo el mundo le preocupa su vida, la salud de la sociedad en la que viven y la buena marcha del mundo, aunque tengan formas distintas de intentar lograrlo.

Es posible cambiar la dinámica, pero solo dándonos cuenta de que compartimos las mismas razones para defender ideas diferentes. Solo asumiendo que la discrepancia existe por motivos distintos, pero que la implicación es algo que nos une.

Igual podemos empezar por ahí.