La colección de Gucci Primavera/Verano 2020 es una veneración a la identidad propia y al enorgullecimiento de la unicidad.
Alessandro Michele es uno de los diseñadores de moda más influyentes del mundo -si no el más influyente- pero bien podría dedicarse a la antropología. Habitualmente, sus colecciones transcienden el campo de la moda para convertirse en objeto de estudio de otras disciplinas y no es por falta de estilo -porque lo tiene. Cuando uno afronta un desfile de Gucci, aún teniendo las expectativas por las nubes, acaba fascinado.
El concepto filosófico detrás de su última colección se manifestó más que nunca en las prendas. Explicaciones teóricas había muchas pero nada como la localización de la pasarela para anticipar lo que el diseñador tenía preparado. El desfile se celebró ni más ni menos que en una clínica psiquiátrica. Pero, lejos de intentar sanar los transtornos de la sociedad actual, convulsionó el pensamiento de todos los allí presentes.
Como una terapia de choque, las luces se volvieron rojas, intermitentes y luego blancas. Al son de una música un tanto distópica, un total de veinte conjuntos blancos y crema se sucedieron en una especie de cinta mecánica para ilustrar la normatividad de la vestimenta impuesta por la sociedad y quienes la controlan y perturban nuestra percepción de la moda.
Las prendas eran la versión más extrema del mensaje de la marca. Uniformes, correas, corsés, batas médicas e incluso camisas de fuerzas que las modelos, estáticas en la pasarela, combinaban con sandalias senzillas y pies descalzos. Es este el poder que «prescribe umbrales de normalidad, que somete a vigilancia y castiga, qué clasifica y cohíbe la identidad, encadenándola a aquello que está preestablecido”.
«La colección es una obra maestra de filosofía.»
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La biopolítica de Foucault fue paradójicamente personificicada con unos diseños que eran de todo menos simples y exploraban cómo, a través de la moda, el poder se ejerce sobre la vida para eliminar la autoexpresión. Sin embargo, ya sumidos en un debate interno entre identidad individual y control general, un apagón general dio paso a la colección oficial.
Si bien más conservadora que el preludio anterior, los ochenta y nueve looks confirmaban el cambio de perspectiva del diseñador. Siguiendo el tema ‘orgásmico’, Alessandro Michele acarreó una abrupta ruptura con la estética ugly-chic que se había convertido irónicamente en el uniforme de la marca. Tanto que ‘gucci’ había pasado a ser un adjetivo con significado propio. Atrás quedan las chunky sneakers de la serpiente y los accesorios extravagantes, el negro y los tonos metálicos y el estilo deportivo.
En esta nueva era, Gucci, a través de inspiraciones setenteras y noventeras particulares de Tom Ford, aunque concienciado ecológicamente, busca el escapismo a la crisis económica y medioambiental que vive el planeta. “¿Puede la moda ofrecerse como instrumento de resistencia? ¿Puede impulsar la libertad experiencial, la capacidad de transgredir y desobedecer, la emancipación y la autodeterminación?”
La respuesta es sí. La moda puede -y debe- ser el antídoto a la estandarización, un método de experimentación y una reafirmación poética del deseo de destacar. O al menos eso demuestran los finos vestidos que se vuelven completamente transparentes, las aberturas sugerentes, los escotes extremadamente indiscretos y las dominatrix con fusta en mano.
Por lo general, la colección es mucho más precisa en cuánto a enfoque que sus colecciones anteriores. Se nota que Alessandro Michele ha sido preso de una camisa de fuerza (la maximización de beneficios y la comercialización de su estilo) y por fin es libre para hacer lo que realmente le apasiona.